Monseñor
Romero: una mirada al Beato que fue un gran amigo de los salvadoreños
En la
República de El Salvador podemos encontrar la ciudad de Santa Tecla, ubicada en
el departamento de La Libertad de este país centroamericano. Aquí encontramos
en el interior de una casa un pequeño museo, al cual llaman “El Rinconcito de
Monseñor Romero” un lugar donde habitan tres salvadoreños de apellido Chacón.
Ellos aseguran haber sido la segunda
familia de Romero; forjando así una de las mejores amistades que el mártir
salvadoreño lograra en vida.
Foto de monseñor Romero junto a los hermanos Chacón |
Más allá de la historia conocida de Romero
como defensor de los derechos del pueblo salvadoreño, como luchador social y
mártir, emerge una historia conocida por pocas personas a nivel nacional e
internacional, y se trata de la eterna y fraterna amistad entre él y la familia
Chacón.
Ángel, Leonor y Elvira Chacón, los hermanos
que fueron los amigos más estimados de monseñor Romero, quienes se encargaban
de despojar del estrés y sus penas, y reír a carcajadas con el próximamente
beato.
Los Chacón, luego del asesinato de Romero, se
encargaron de recopilar los más bellos recuerdos, logrando crear un pequeño
museo en el interior de su acogedor hogar, lugar que ha sido catalogado por la
mayoría que los visita como “el rinconcito de monseñor Romero”.
Una vez llegue me dispuse a tomar fotografías
en aquella casa convertida en museo, cuando de pronto, una viejecita salió de
uno de los cuartos y pregunto: ¿Quién ha encendido la luz del altar?
Inmediatamente me identifique como periodista.
Terminó de salir de su cuarto, con pasos sosegados que llevan por apoyo un
viejo bordón, y me pidió que me sentara en un viejo sofá que yace en la sala de
su hogar.
El millar de lianas blancas que reposan sobre
su cabeza denotan la pureza de los años de historia que ha vivido y sufrido
junto a su amado pueblo salvadoreño; biografía que se ve adornada por los
bellos anales de fraterna y eterna amistad con monseñor Óscar Arnulfo Romero.
“Estaba acostada y vi la luz del altar
encendida, por eso es que salí. Yo me llamo Elvira Chacón”, mencionó con un
rostro que denotaba ternura.
Mucho gusto, mi nombre es Ulises Iraheta y
estoy aquí para conocer de ese lado desconocido de monseñor Romero, ese del
amigo que pocos conocen. Sé que usted junto a sus hermanos fueron grandes
amigos, no sé si podría contarnos sobre como surgió su amistad.
“Si, él (Romero) una confianza que tenía que
decía que esta era su segunda casa y lo conocimos por mi hermana que él fue
quien la casó, apues así fue como lo conocimos. Primero fue con mi hermana que
se conocieron, pero después agarró confianza conmigo y empecé a ayudarle a
conseguir jóvenes para el seminario, a arreglarle residencias a los que venían
de fuera (del país)”, respondió doña Elvira, quien es la más longeva de los hermanos
Chacón.
La familia Chacón pasa la mayor parte de su
tiempo atendiendo un pequeño negocio familiar de panadería y refrescos, son
conocidos a nivel regional por darle un toque especial al fresco de cebada,
bebida que tiene una gran demanda entro los clientes que les visitan a diario.
Ese toque especial en sus quehaceres diarios
quedó de manifiesto en la forma tan peculiar de relatar la historia de Romero
que doña Elvira continuo haciendo.
“Un día iba para Santiago de María y le
quitaron su licencia (de conducir) como a las cinco de la tarde. Vino aquí (a
su casa) y no me hayó y se fue a la iglesia El Carmen. “Doña Elvira venga” (Le
dijo monseñor). “¿Que se le ofrece monseñor?” (Preguntó ella,) “venga, súbase
al carro. Mire, me acaban de quitar mi licencia los policías fijese” (relató
Romero). Péreme le dije, y le hablé por teléfono a la señora que atiende en la
policía.
Para no hacerle largo el cuento, nos fuimos y le dije “Buenas tardes”
al portero, vengo de parte de monseñor Romero. “Si, aquí está” me dijo; mire ya
ni esperó que le dijera más, ya me tenía en la puerta la licencia”, me contó.
“Los segundos martes de cada mes me llevaba a
Santiago de María, pero un miércoles me dijo “Doña Elvira, hoy no se va a ir”,
y yo le pregunté ¿por qué monseñor Romero?, “la voy a llevar a conocer a donde
yo nací”, me dijo.
No ve que me llevó a Ciudad Barrios (departamento de San
Miguel) y me anduvo enseñando todo, me llevó a conocer donde dormía, donde
vivían sus papás, donde lo habían bautizado y todo. Así fue como hicimos una
bella amistad con monseñor Romero”, agregó la eterna amiga de Romero.
En el pequeño museo de la humilde y acogedora
vivienda se encuentra en una esquina una pequeña silla, un poco deteriorada por
el pasar de los años, en donde el próximamente beato se sentaba a ingerir sus
sagrados alimentos cada vez que llegaba a visitar a la familia Chacón.
“A él le gustaba que le cocináramos sus
frijolitos volteados. Fijese que ese día (día del asesinato de Romero)
esperándolo estábamos con una cena porque nos dijo mi cuñado que ahí estaba en
la iglesia El Carmen, y siempre que llegaba a Santa Tecla, aquí venía a cenar,
apues ese día, le dijo mi cuñado a mi mamá “mire suegra, ahí está monseñor en
la iglesia El Carmen que ha venido a confesarse con el padre”.
Apues solo le
dijo eso a mi mamá y ya se puso a ordenar la mesa. Cada vez que venía, con mi
papá y mi hermano lo entreteníamos aquí (en la sala de la casa) mientras mi
mamá le hacía la cena. Yo por eso aquí vengo, porque aquí cayendo el muerto y
soltando el llanto”, nos decía siempre monseñor”, detalló la adorable
ancianita.
Posteriormente se incorporó a la plática doña
Leonor, hermana de doña Elvira, varios años menor que ella, quien conociera a
Óscar Arnulfo gracias a quien en ese momento fuera su novio, posteriormente su
esposo, cuando éste era monaguillo de monseñor.
“Mi esposo estuvo de acólito con él cuando
era cipote, cuando él (Romero) era padre en la iglesia de La Mercedes. Mi
esposo fue monaguillo de él como desde los 14 hasta los 17 años. Monseñor era
bien humilde, dice mi esposo que él lo llevaba a visitar a los campesinos a los
pueblos; ahí en la iglesia dice que le decía “mirá Raúl, vos cuidame mi cuarto,
limpiámelo, arreglame mis cosas, no quiero que entre nadie más a mi cuarto, ni
las monjas que están ahí no quiero que estén entrando”, es que mi esposo era de
confianza para él”, contó Leonor.
“Cuando con Raúl decidimos casarnos, yo le
envié una carta a monseñor Romero diciéndole que quería tener el honor de que él viniera a
casarnos. De la emoción que yo sentía, ni le dije el día, ni la iglesia, ni
nada.
Después de la boda se vino al banquete que mi mamá había hecho aquí en la
casa, aquí estuvo platicando con mi papá y con todos; ya como a las tres nos
dijo “alístense que yo los voy a llevar a su luna de miel”, y nos llevó en su
carrito hasta San Miguel, allá a un hotel. “Vaya, la estancia de ellos corre
por mi cuenta “, les dijo a los del hotel. Hasta eso nos regaló, era bien lindo
con nosotros”, añadió Leonor.
Elvira Chacón se apresuró a contarme una
anécdota que pasó junto a Romero. “Fijese que una vez estaban unas monjitas ahí
por el Colegio Belén; “Bueno,” ¿y qué se hizo la doña Elvira?”, “allá está
saludando a unas monjas”, le dijo alguien. “Yo no la he traído a ver monjas,
anda a llamarla”, le dijo él. “Y usted que hace viendo monjas, yo no la he
traído a ver monjas, usted anda conmigo”, me dijo. Me regaño mire, pro como yo
vi a una amiga mía ahí, por eso fui a saludarla”, recuerda Elvira con mucha
emoción.
Tras la visita no me queda más que despedirme
de estas muy amables hermanas, personas que conocieron a Romero como amigo y no
solo como un luchador ante la desigualdad. Abrazo a cada una de ellas en este
atardecer y me dispongo a marchar.
“Monseñor fue un hombre de Dios, pero sobre
todo un gran amigo…”terminó diciendo Elvira, feliz de haber conocido aquel
hombre de bien que paso por nuestro país…
Misa de San Francisco |
Silla donde monseñor Romero se sentaba |
Monseñor Romero tras una visita a la familia Chacón en marzo de 1980. |
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